sábado, 7 de marzo de 2009

.no intervención.

Tomar un hacha o un pico y accionarlos (ya sea talar, asesinar o generar placeres bizarros), modifican el entorno; rayar billetes o pegar un chicle en un muro también. Alterar el entorno con pintura o monolitos de piedra responden a la voluntad humana de poner de manifiesto la vida que cargamos, ya sea legal o ilegal, efímero o anónimo. Este ejercicio de materializar la existencia tomando piedras, pinceles o aerosoles como extremidades es un camino que conecta la vida con el espacio, la materializa haciéndola extensa. Ya sea rayando groserías o pateando piedras, conectamos con el mundo. Luego ponemos énfasis en esas conexiones, generamos herramientas y opciones para hacer efectivo el insultar, convulsionar, renovar imaginarios o simplemente pulir la letra que lo escribe. Después instituciones o individuos generan plataformas para la producción de estas acciones logrando presupuestos que las sustentan. Así se forran edificios o simplemente se pintan. A estas acciones se les llama intervenciones: ya sea por su acción transformadora de entornos o por considerárseles un acto agresivo con repercusiones jurídicas. En estas intervenciones -desde una perspectiva artística- siempre se ve implícito un proceso plástico que transforma el espacio y lo altera.
En una falsa generalización el arte urbano es siempre una intervención. Despertar un día y descubrir la fachada de casa saturada de graffiti o vislumbrar un anuncio publicitario alterado suele ser visto como intervención. Sin embargo la connotación del término me parece demasiado militar para una acción natural. Y ese sesgo es desventajoso para el arte urbano. No sólo por la condición militar del término y lo que implica (tomar un espacio a la fuerza, dominar…), sino porque su construcción parte de un criterio tomado del status quo en que la vida tiene que ser reglamentada. Así para los políticos éstas acciones se ven como agresiones al “espacio saludable” que promueven.
Por ello en su reglamentación ofrecen espacios para desarrollar arte… y a la par se pide no alterar construcciones… entonces cuando aparece una pinta, cuando se transforma ese entorno los urbanistas lo persiguen.
El graffiti no busca decorar, no tiene afinidad con los camellones o rines de un auto, y tampoco puede ser auspiciado bajo el término intervención. Estas acciones son reapropiaciones que desde el anonimato enfatizan nuestra condición de estar vivos. Rayar modifica el entorno y nos hace consientes que ese espacio siempre fue nuestro ofreciéndose para poner la vida de manifiesto.

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