El arte urbano se quedó del lado análogo o así tendemos a pensarlo, y no lo vinculamos a la tecnología pues lo asociamos en su estética de aerosol. Al final el arte urbano no está cifrado por una técnica o una estética, sino por un concepto: Reapropiarse de los espacios públicos. El arte urbano reconoce el derecho del viandante por interactuar con su entorno, con cualquier material y donde se le acomode.
Así podríamos pensar que el arte urbano encarna un valor muy moderno: la libertad. Y sin embargo, más que una condición moderna encarna un valor primitivo: Desollar a un animal y con sus jugos, sangre y pelo pintar algo en una caverna (práctica usual hace 16 mil años). Explotar sus adentros y usar la totalidad del animal para pintar es una interacción plena con el entorno. Esto implica investigación, inspección, apropiación plena, un muro de cárcel o una miada de perro, pero menos un canvas.
Así su accionar responde a cualquier herramienta, ya sea un aerosol o un lápiz. Recientemente las tecnologías de leds y lúmenes se apoderaron de las calles, ya sea el proyecto de Graffiti Research Lab con sus graphs monumentales, o las piezas de Nuria que invaden literalmente la ciudad; así como los graffitis ingleses con luces y baterías. Estos graphs son efímeros pero potentes. El cuidado del diseño los hacen aparentar un show, pero al final el sentido transgrede la herramienta, la presenta como una opción más. Quizá debamos esperar que la “barriada” se agencié unos proyectores y veremos qué pasa.
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